Peñalosa quiere hacer un parque: Santiago Silva

   Peñalosa quiere construir un parque. En un inmenso espacio inutilizado, al occidente de la ciudad, donde colindan las dos localidades más pobladas de Bogotá, Kennedy y Bosa, Peñalosa ha imaginado un inmenso parque con piscina, gimnasio, danza, cineclub y mucho más. Al menos eso dice en uno de sus renders, la más moderna, barata y eficaz forma de populismo. Con música dramática y tono profético, Peñalosa nos invita a soñar con una Bogotá que nos haga sentir orgullosos[i]. El mítico exalcalde nos quiere dibujar en el horizonte una ciudad del futuro, pura, ideal, perfecta. ¿Cuál es el verdadero carácter de esa profecía?
   Bosa y Kennedy, las localidades que colindarían con el megaparque, suman casi 450.000 personas pobres; su Índice de Pobreza Multidimensional es del 34,4 y el 21,5%, respectivamente[ii]. Ambas están entre las localidades más pobres de Bogotá. Y Peñalosa quiere hacer un parque. No sabemos de cuántos billones estemos hablando, sumándole la extensión del metro hasta ese límite de la ciudad, y la construcción de la muy nombrada Avenida Longitudinal De Occidente (ALO) que Peñalosa incluye en su plan. Nos queda claro, eso sí, que no se trata de pocos.
   Aunque nadie pone en duda que una obra de esa magnitud impulsará el desarrollo y generará empleo, yo sigo sin ver cómo mejorará las condiciones de vivienda de los pobres de El Porvenir y La Arboleda, de El Jazmín y Altamar, y de todos los barrios circundantes que están plagados de niños subalimentados y desescolarizados, de mujeres en embarazo sin acceso a un ginecobstetra, de madres solteras subempleadas y mal pagadas. ¿Cuántos de esos billones se podrían invertir en políticas que atacaran directamente estas situaciones y las cambiaran de manera ostensible? ¿Cuántas de esas 450.000 personas necesitan más un parque con cineclub que un sistema de educación inclusivo y de calidad, que unos servicios básicos garantizados, que un hospital al que puedan acudir sin tener que hacer largos trayectos? ¿Es realmente un espacio como el que concibió Peñalosa lo que los habitantes de esas localidades quieren del llamado "espacio público"? Más aún, ¿contribuiría realmente un proyecto de esas dimensiones a reconstruir y fortalecer un tejido social mancillado por la exclusión y la violencia?
   Pero Peñalosa piensa la ciudad como una maqueta, eso poco le importa. Y así es como él la gobernó y como quisiera seguir gobernándola: según sus caprichos estéticos, según una visión de lo urbano que descarta lo humano y fija su atención en lo espacial.
   Hay dos ejemplos que ilustran esta afirmación. El primero es la famosa renovación de San Victorino, en la que el entonces alcalde (1998-2000) pretendió embellecer una zona pretendidamente deteriorada, inundada de un comercio informal, plagada de pequeños comerciantes subempleados por grandes importadores, legítimos y contrabandistas. En la plaza de San Victorino urdía un mundo inmenso, una economía, una estructura social, unas redes y unas costumbres. Y ese mundo no estaba ahí por azar: San Victorino se consolidó como una zona de confluencia social y de intercambio desde épocas coloniales[iii]. Pero Peñalosa pretendió deshacer ese entramado inmenso de un solo zarpazo: reubicó a la menor parte, indemnizó a la mayor y dio el asunto por cerrado. Construyó la plaza como la había soñado, con árboles y zonas peatonales, y una enorme escultura de Negret en el centro de la escena. Fantástico. Pero Peñalosa olvidó tener en cuenta el inmenso tejido humano que allí se había creado, y como lo habían hecho siempre, los comerciantes volvieron con los años a congregarse en la plaza, y ese uso extensivo derivó en desgastes materiales de la maqueta del exalcalde. El problema del subempleo y la informalidad, uno que muchos consideran más estético que socioeconómico, quedó sin resolverse[iv]. Sin policía armada de lacrimógenos y bolillos evacuando la zona, San Victorino volvió a ser lo que siempre ha sido: un espacio de congregación de comercio informal.
   El segundo ejemplo resulta mucho más infame y paradigmático. El barrio Santa Inés, ubicado entre los ríos San Francisco y San Agustín, fue víctima, hace más de medio siglo, de políticas urbanísticas similares a las de Peñalosa, y durante la “fiebre de las avenidas”, quedó atrapado entre las carreras 10ª y Caracas. Eso determinó su marginalización y con el paso de los años se deterioró hasta convertirse en lo que conocimos como “El Cartucho”[v]. Se convirtió en el epicentro de una población de vulnerabilidad exacerbada, que pasó de 4.500 habitantes en 1997 a 14.500 en 2005[vi]. Sin embargo, para 2011 la capacidad de atención a habitantes de calle del distrito era de menos de 1.300[vii]. Durante su primera alcaldía, Peñalosa decidió transformar ese espacio en un parque, esta vez con una escultura de Ramírez Villamizar en el centro. Pero Peñalosa olvidó en el camino que el problema de la indigencia en Bogotá, como en otras metrópolis, requería atención urgente, y nuevamente dio prioridad a lo espacial sobre lo social. Vimos a “El Cartucho” retoñar en mil ollas alrededor de todas las localidades[viii], y el problema de la indigencia, uno que muchos consideran más estético que social y humanitario, quedó sin resolverse. Hoy el Parque Tercer Milenio sirve de hogar a varios cientos de habitantes de calle, y es poco transitado por “los niños y las parejas de enamorados”, como pretendía Peñalosa.
   Peñalosa plantea una idea de “espacio público” que sólo admite una forma de vivir la ciudad, la que él cree correcta, la de “las buenas costumbres”, la que se quiso imponer en París y Nueva York y que valoramos, por nuestra mentalidad colonial, como las deseables. Las obsesiones del alcalde solamente revelan el carácter que procede de su historia: vive abrumado por la nostalgia de los años que pasó viviendo en otras ciudades del mundo diferentes de Bogotá, donde conoció el modelo urbano imperante de los países más ricos, como Estados Unidos o Francia. Peñalosa busca, por eso, imponer en Bogotá, con obstinación y arrogancia, ese modelo que resulta de otras preocupaciones, de las suyas propias, las de la abundancia: la plácida alameda para caminar, el malecón sobre el río, las tardes cálidas en el parque, el paseo en bicicleta. En su discurso nos vende la idea de una ciudad “para todos”, pero al final hace invisibles las preocupaciones y las necesidades de los más vulnerables para imponer un modelo pensado para los ciudadanos como él.
   Bogotá es un enorme enigma sin resolver. La historia de las ciudades latinoamericanas, “tercermundistas”, periféricas, se escribe todos los días. Se ha dicho que Peñalosa es un experto en urbanismo. Pero es así como se le considera en Bruselas y en Seattle, países y ciudades cuyas realidades difieren diametralmente de las nuestras, y cuyos habitantes no tienen la experiencia de vivir y de gobernar una ciudad como Bogotá. Lo que él busca es implantar un modelo en el que sólo existe un ciudadano como el que él se imagina, un parisino o un barcelonés, un bogotano asentado en Santana o Los Rosales, cómodo y sin urgencias materiales, que sabe comportarse y sabe usar bien las plazas y los pasajes: un ciudadano como él. Pero aquí eso no es sino una caricatura patética, una añoranza acomplejada y, en últimas, imposible. Hace parte de un sueño que, en esos mismos países que allanaron el camino, ya se vislumbra como un fracaso: el proyecto de ciudad moderna, tal y como fue esbozado por la Europa industrial, se pone hoy en cuestión en las grandes metrópolis del primer mundo, y Peñalosa, el gran experto, aún no se ha enterado.
Nota al lector: este artículo se publicó originamente en 2015. Empero, dada la coyuntura, El Ecléctico consideró pertinente retomar su publicación para nutrir el debate político.
[i] https://www.youtube.com/watch?v=e8wezZNRy4I
[ii] Secretaría Distrital de Planeación, (2011). Bogotá Ciudad de Estadísticas: Boletín No. 42 Modelo Integrado de Pobreza. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, p.28. Estimaciones poblacionales obtenidas de proyecciones del DANE para Bogotá y sus localidades.
[iii] Carbonell Higuera, C. (2010). El sector de San Victorino en los procesos de reconfiguración urbana de Bogotá. Cuadernos de Vivienda y Urbanismo, 3(6), pp.220-245.
[iv] En el año 2001, el inmediatamente siguiente después de finalizada la administración de Peñalosa, había más de 400.000 bogotanos subempleados, y el sector informal representaba el 54% del empleo total en Bogotá. Incluso hoy, el subempleo en la capital es mayor que en el resto del país.
   Secretaría Distrital de Planeación, (2011). Bogotá Ciudad de Estadísticas: Boletín No. 42 Modelo Integrado de Pobreza. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, p.28.
   Bogotá Cómo Vamos, (2015). Informe de Calidad de Vida Bogotá 2014. Informe de Calidad de Vida. Bogotá: El Tiempo Casa Editorial, pp.114-115.
[v] Secretaría de Integración Social, (2010). El Cartucho. Del Barrio Santa Inés al Callejón de la Muerte. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá.
[vi] Datos tomados del censo pionero de habitantes de calle y del IV Censo Sectorial de Habitantes de Calle de Bogotá.
   Alcaldía Mayor de Bogotá, (2000). Inclusión Social de Habitante de la Calle. Bogotá:   Alcaldía Mayor de Bogotá, pp.23,24.
   DANE - Alcaldía Mayor de Bogotá, (2005). IV Censo Sectorial de Habitantes de Calle para Bogotá y Soacha. Bogotá: DANE, pp.36-72.
[vii] Secretaría de Integración Social, (2014). Presentación Habitantes de Calle. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, p.6.
[viii] Ardila Arrieta, L. (2011). La herencia de El cartucho. El Espectador. [en línea] Disponible en: http://www.elespectador.com/noticias/bogota/herencia-de-el-cartucho-articulo-304382 [Consultado 10 Sep. 2015].

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