Puede ser peor de lo que advertimos quienes
no votamos por él.
Según reciente entrevista con María Isabel
Rueda, la Alcaldía de Enrique Peñalosa puede ser peor de lo que advertimos
quienes no votamos por él. Porque a la sencilla pregunta de si iba a hacer el
metro, respondió con tantas exageraciones sobre los transmilenios, que fueron
necesarias otras tres preguntas para sacarle un “lo haremos, lo prometimos en
la campaña. Pero…”. Y en el pero advirtió que cambiará el trazado existente,
partirá la obra en dos fases –¿que no dijera que él hará las dos significa un
conejo del 50 por ciento?– y será “todo elevado”, “aunque puede que haya un
pequeño tramo subterráneo” entre Bosa-Kennedy y la Caracas con la Calle 26. La
segunda fase sería de la 26 a la 100, por la Caracas, también elevada y con
“muy pocas estaciones”, para que “la persona se baje al primer piso, y siga en
Transmilenio”.
Hacia el norte, una caricatura de metro al
servicio del negocio de las latas de sardinas de Transmilenio.
Peñalosa agregó que la licitación para
iniciar las obras de esta nueva ruta del metro se abriría apenas tres meses
–¡90 días!– después de la que ya se había anunciado luego de años de estudios.
Nos trata como a idiotas. Y fue capaz de afirmar que la línea actual no obedece
a siete años de análisis de especialistas nacionales y extranjeros –tiene 37
mil planos que costaron 130 mil millones de pesos–, sino a la decisión de un
funcionario “de tercer nivel del IDU”, quien la tomó “mientras se lavaba los
dientes”. ¡Eso dijo! Fue tal la soberbia matonería con la que intentó acallar
toda opinión diferente a la suya, que protestó hasta el Editorial de El Tiempo.
La única razón que da Peñalosa a favor de su
ocurrencia –carece de estudios que la sustenten– es su costo menor, la misma
explicación deleznable con la que en su primera Alcaldía reemplazó el metro por
Transmilenio, la peordecisión técnica de la historia de Bogotá. Y es la peor
porque se tiró la ruta de la Caracas para la primera línea de un metro
subterráneo y porque el fracaso de ese Transmilenio, al ponerlo a jugar un
papel que rebasa sus posibilidades, lo comprueba que a poco de inaugurado ya no
quepan los pasajeros ni en las estaciones ni en los buses –que sí cabrían en un
metro– y que el mismo Peñalosa ande tras montarle a la Caracas un remedo de
metro elevado –además del Transmilenio, que seguirá repleto–, con un
impacto social y paisajístico brutal para Bogotá. Si un estudiante de urbanismo
plantea disparates como estos, saca cero.
Cuando Peñalosa defiende el metro elevado
por la Caracas hacia el norte porque será “de muy bajo costo” pues tendrá “muy
pocas estaciones” –servicio “expreso” es el eufemismo con el que oculta que es
un metrico al servicio de Transmilenio–, silencia que lo de las pocas
estaciones también tiene que ver con que estas, por su mayor tamaño, degradan
el medio ambiente incluso más que la línea del tren. Es tanta su debilidad
argumental, que el propio Peñalosa, el 8 de junio de 2012, trinó: “Por el
deterioro urbano que causan su ruido y su sombra, las líneas de metro elevadas
fueron demolidas en muchas ciudades”.
Y no es que no pueda haber metros elevados o
a ras del suelo. Puede haberlos. Pero dependen de las circunstancias. Cuando
los espacios que ocupan los trenes y las estaciones son lo suficientemente
amplios, no hay problema o pueden resolverse con diseños urbanos. Pero si las
dimensiones son insuficientes –como en la Caracas y en las otras vías donde los
propone– las consecuencias son dramáticamente malas. Porque esa especie de
larguísimas llagas urbanas que parten a las ciudades, con todo tipo de
consecuencias indeseables –paisajísticas, sociales, económicas–, no tienen
arreglo.
Pero incluso peor que implantar un metro
elevado por donde no cabe si se hiciera bien, es la irresponsabilidad con la
que Peñalosa toma la decisión, sin un solo estudio previo y con la única
explicación de su menor costo. La típica alcaldada. A propósito, qué tal el
caso insólito del constructor que reemplazó la tubería de agua de cuatro
pulgadas que exigían los estudios por una de dos, porque “era más barata”.
Con el cuento de los menores costos,
Peñalosa ya le hizo un daño muy grave a la capital de la República al
reemplazar la primera línea del metro por el Transmilenio. Y, ahora, con la
misma explicación insuficiente, pretende imponerle el más mediocre de los
metros, también tras el propósito poco conocido –pero evidente– de agrandarles
el negociazo a los privados de Transmilenio, cuyos problemas financieros
también son tan graves que hasta podrían llevarlo al fracaso en este sentido,
fracaso que buscarían saldar con mayores tarifas y más subsidios oficiales.
http://360radio.com.co/penalosa-empezo-peor-de-lo-esperado/
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