Bogotá. Consejos para tercos: Enrique Santos Molano

   Un par de ideas fijas, entre otras varias, propias de la terquedad más obstinada, son las que tiene el Alcalde en su plan de desarrollo.
   En su pasada columna (EL TIEMPO, 17-10-2016), Gabriel Silva Luján nos brinda una exégesis laudatoria acerca de la vida y la obra del alcalde Peñalosa, a quien describe como lumbrera internacional. Lejos de mi ánimo está poner en duda que el alcalde Peñalosa ha sido, es y será el poseedor de esas virtudes que le atribuye su panegirista. Ni me propongo entrar en discusiones inútiles respecto de una opinión individual que encuentro muy respetable, aunque la contradiga la encuesta más reciente sobre calificación de los alcaldes nacionales, que mandó a la cola la gestión actual de Peñalosa en Bogotá.
   Solo quiero presentar algunas modestas anotaciones puntuales en materia de movilidad y medioambiente contempladas en el Plan de Desarrollo 2016-2020 que Silva encomia: “… desde que [Peñalosa] llegó a la Alcaldía ha demostrado que no le tiembla la mano para tomar decisiones bravas –incluso bien impopulares– para crear la ciudad del futuro. Las decisiones sobre la ETB, el Plan de Desarrollo 2016-2020, las acciones tomadas hasta hoy en movilidad y seguridad, el arranque del metro elevado confirman que Bogotá está mejor”.
   No se pueden adoptar esas vaguedades como materia prima para un análisis serio de una labor administrativa. “Las decisiones sobre la ETB”. ¿Cuáles? ¿Venderla por lo que costó el cableado de la fibra óptica? “El Plan de Desarrollo 2016-2020”. ¿Cuál, si el que aprobó el Concejo ni siquiera está financiado? “Las acciones tomadas hasta hoy en movilidad y seguridad”. ¿Cuáles? Cualquiera puede ver que la movilidad se ha hecho más lenta y que la inseguridad tiene amedrentados a los habitantes, como se lee a diario en los periódicos y se escucha en los noticieros de radio y televisión. “El arranque del metro elevado”. Esa sí es noticia. ¿Cuándo arrancó?
   Gabriel Silva equipara el carácter del presidente Virgilio Barco y el del alcalde Peñalosa. “Hay que admitir –dice– que no se sabía cuál de los dos era más terco”. No creo que se deba considerar al presidente Barco como una persona terca. Era hombre de convicciones firmes y luchaba por ellas con tenacidad invencible; pero sabía escuchar, oía con cuidado los consejos de sus asesores, y si los encontraba adecuados, no vacilaba en corregir sus decisiones. Pregúntenle a la ecuánime Marcela Romero de Silva o lean la hermosa novela Historia oficial del amor, de Ricardo Silva Romero. Ahí verán si tengo razón.
   La terquedad a menudo es más un defecto que una virtud. El terco no escucha a nadie más que a sí mismo, no oye voces que no sean las del elogio, parece dominado por ideas fijas. Y justamente un par de ideas fijas, entre otras varias, propias de la terquedad más obstinada, son las que tiene el Alcalde en su plan de desarrollo: 1) Convertir la carrera 7.ª, a toda costa, en una troncal del TransMilenio pesado; y 2) Acabar con la reserva ecológica Van Der Hammen (REVDH) para pasar por ella tres autopistas y construir urbanizaciones exuberantes. Ambas cosas en contravía abierta de lo que aconsejan expertos nacionales e internacionales.
   Pruebas. Dice Gabriel Silva: “Peñalosa además es un líder internacional en la discusión del futuro de las ciudades”. Hay dos frases geniales del propio Peñalosa que demuestran lo contrario. “Hacer ciudades no es asunto de urbanistas o arquitectos. Al hacer ciudades lo que hacemos son maneras de vivir” (EL TIEMPO, 13-10-2016); “La tierra debe estar al servicio de la urbanización” (El Espectador, 15-10-2016). Pues quedan informados los urbanistas y los arquitectos que mejor se busquen otro oficio. En las ciudades no tienen nada que hacer, según la sentencia del alcalde Peñalosa. Ahora, la frase “al hacer ciudades lo que hacemos son maneras de vivir” es como un fuego artificial. Brilla cinco segundos, hace algún ruido, y se esfuma sin dejar rastro. Maneras de vivir hay muchas. El ‘Bronx’ era una manera de vivir. Los habitantes de la calle tienen su manera de vivir; los delincuentes, los atracadores, los estafadores tienen su manera de vivir. Y para no alargar, cada quien vive a su manera. Los arquitectos y los urbanistas (no los urbanizadores) son –cuando saben– científicos de la vida urbana. Trabajan para hacer ciudades en donde todos encontremos maneras dignas y mejores de vivir. Si eso era lo que quería decir el alcalde Peñalosa, no supo decirlo.
   Considerar que “la tierra debe estar al servicio de la urbanización” (es decir, de los urbanizadores) es tan fuera de lugar como manifestar que “los pasajeros deben estar al servicio de los buses”, precisamente la aberración que caracteriza nuestro sistema de transporte urbano. Ese pensamiento del alcalde Peñalosa tiene, sin embargo, su mensaje subyacente: la REVDH es tierra y la tierra debe ser urbanizada. ¿Que se jodan los ambientalistas? No, señor Alcalde, la que se va a joder es la ciudad, que perderá uno de sus pulmones mayores, uno de sus principales reservorios de agua y un parque ecológico de valor inapreciable, si se llegaran a cumplir sus intenciones de depredar la REVDH.
   Joan Clos, director de ONU-Hábitat, en la excelente entrevista que le hicieron María Teresa Santos y Ernesto Cortés (EL TIEMPO, 16-10-2016) refuta propuestas como la de urbanizar hacia la periferia, que sería el caso de la REVDH. “La construcción en la periferia –dice Clos– tiene como consecuencia que la mancha urbana crece, y la dispersión disminuye la productividad de las urbes. Aparte de que el costo de los servicios per cápita es más alto, la productividad de la economía es más baja. Veo en Bogotá muchas parcelas (predios) que están abandonadas”.
   Meter tres autopistas en la REVDH es disparar la ‘mancha urbana’ hacia la periferia y abrirles a los voraces urbanizadores el camino para asaltar la Sabana de Bogotá. Joan Clos vio en unos pocos días lo que el alcalde Peñalosa no vio en su cuatrienio anterior ni ha visto en los 10 meses de su segunda administración o gerencia. En el centro de Bogotá hay vastos sectores en abandono (por ejemplo, entre la calle 6.ª y la calle 26, y entre la Avenida Caracas y la carrera 30) que están esperando para ser reurbanizados y que ya cuentan con una completa infraestructura de servicios y de vías públicas. El barrio Santa Fe es uno de los sectores residenciales que muestran un diseño urbano óptimo y que está pidiendo a gritos ser rescatado de la condición de zona de tolerancia a que lo redujo el visionario Mockus. Alrededor de la Estación de la Sabana podría formarse un sector cultural muy atractivo. “Desde el punto de vista de la política urbana –agrega Joan Clos– hay que volver a poner la vivienda en el centro de las urbes”. ¿Atenderá nuestro Alcalde ese consejo inmejorable?
   No me alcanza el espacio para tratar el otro punto, que examinaré el viernes próximo: ‘El fracking de la 7.ª”.    Enrique Santos Molano 

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