Bogotá: un saboteador profesional por Hernán Ricardo Murcia L

   “Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”. Bertolt Brecht
   “El trancón empezó a las 6:30, y la gente se empezó a emberracar porque no pasaban los buses, entonces empezaron a bloquear la vía esperando que solucionaran y que viniera el Alcalde a hablar, cuando después de un momento llega el Esmad y sin decir nada lanzan gases y granadas de aturdimiento por lo que la gente empezó a pelear”. Así narra Lucía, habitante del sector y quien viajaba en ese momento en uno de los buses rojos que terminó bloqueado sobre la vía.
   Su memoria está fresca, como lo están aún en su garganta los gases inhalados por horas, los que le causaron nauseas, dolor de ojos, quemazón en la piel. Como están frescas en su vista la violencia con que arremetió el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) contra quienes exigían solución al mal servicio de transporte que tienen que soportar día tras día.
   Lo que narra Lucía lo vivieron cientos de pasajeros el pasado 10 de febrero desde las 6:30 am en la ciudad de Bogotá, cuando un biarticulado de Transmilenio se averió cerca de la estación Biblioteca Tintal impidiendo el paso de los demás buses y reteniendo a sus pasajeros.
   Lo que podría ser un simple bus varado –si el desperfecto hubiera sido atendido pronta y eficazmente–, terminó por transformarse en la gota que rebosó la copa. Los minutos pasaban y los ánimos de los trabajadores, hombres y mujeres que cada día tienen que madrugar para llegar a tiempo a sus puestos de trabajo, se calientan. Uno se lanza a la calle a exigir solución al problema pues “tenemos que llegar al trabajo”. La voz rompe pasividades, otros y otras responden a su llamado y llenan la vía. Sus cuerpos se unen, sus voces son cada vez más fuertes, así, sin pensarlo ni prepararlo, su descontento, su rabia por un servicio de transporte que cada día los hace padecer situaciones totalmente antihumanas, por un transporte caro que les roba los pocos dineros que reciben por su labor diaria, se transformó en un plantón, para luego tomar forma de alzamiento social. La mayor exigencia: “!que venga el alcalde, que venga
Peñalosa!”. El bloqueo se extendió hasta el medio día, pero el alcalde nunca asistió a la cita con la gente. Pero sí actuó en contrario de lo exigido.
   Desde su oficina en el centro de la ciudad, con su mejor porte de negociante, movilizó al Esmad para “dialogar” con Lucia, Pedro, Andrés y cientos más a punta de garrote, granadas aturdidoras y gas lacrimógeno. Mientras los de a pie sufrían sobre sus cuerpos la violencia oficial el burgomaestre daba declaraciones lavándose las manos bajo el argumento que la causa del bus varado radicaba en “la alcaldía pasada” pues “prorrogó los contratos de los buses y esto generó que existan vehículos viejos que tienen más de 1’300.000 km recorridos. Estos contratos no se debieron prorrogar”.
   Mientras por las ondas radiales circulaba su voz, Lucia y aproximadamente 200.000 personas que se movilizan por esta zona de la ciudad, seguían sin poder llegar a sus sitios de trabajo. Allí, parados, gritando, exigiendo, corriendo para no ser alcanzados por los bastones de los policías que consideran enemigos a sus vecinos, sobrellevaron la mañana. En la confrontación con el Esmad, al final, y como claro reflejo de violencia oficial y de la resistencia interpuesta por los pasajeros de las decenas de buses bloqueados, el saldo lo dice todo: 12 civiles heridos/as –5 de ellos remitidas/os a clínicas–, 53 buses articulados y 7 buses zonales con sus vidrios rotos; las estaciones de Mandalay, Banderas, Transversal 86, Biblioteca Tintal, Patio Bonito y Portal Américas con sus vidrios y puertas destruidos.
   Por las protestas fueron capturadas 70 personas –64 hombres y 6 mujeres–, de las cuales 48 fueron judicializadas por los delitos de violencia contra servidor público (4 a 8 años de condena), perturbación al transporte público (1 a 3 años) y daño en bien ajeno (1 a 5 años) con un mínimo de 6 y un máximo de 16 años de prisión. Clara criminalización de la protesta social, un derecho ciudadano violado. 
   El Alcalde, para zafarse de responsabilidad alguna, afirmaba en las entrevistas brindadas a diversos medios de comunicación: “Lo que ocurrió no fue espontáneo, sino premeditado, prácticamente terrorismo”. Terrorismo –en estos tiempos en que debemos defender lo obvio– es un delito definido desde el Código Penal colombiano para aquel o aquella que provoque o mantenga en estado de zozobra o terror a la población –o a un sector de ella–, mediante actos que pongan en peligro la vida, la integridad física o la libertad de las personas o las edificaciones o medios de comunicación, transporte, procesamiento o conducción de fluidos o fuerzas motrices, valiéndose de medios capaces de causar estragos, lo que daría para un tiempo de 10 a 20 años en una prisión, con multa de 10 a 100 salarios mínimos mensuales . El poder sabe cómo intimida y violenta, quebrando hasta el mínimo su democracia formal.
   En últimas, resulta ser que manifestarse por un pésimo servicio que ha empeorado de manera progresiva desde su inicio, con relleno fluido en vez de concreto en sus vías y calzadas, con demoras en los servicios, de pitos invasivos en las estaciones y de un incremento en la tarifa que beneficia más a los negociantes privados –propietarios de buses– que a los bogotanos y bogotanas, no es un acto de reivindicación por los derechos civiles, sino una muestra de terrorismo

   No, Peñalosa, la represión de ninguna manera soluciona los problemas sociales... los agudiza; la gente ‘mamada’ de las condiciones de vida precarias, de un salario muy mínimo con jornadas de trabajo que rara vez se limitan a las ocho horas diarias, y que tras del hecho tiene que soportar varias horas hacinado al interior de buses, bien para llegar al trabajo, bien para regresar a su casa, tiene derecho a protestar y exigir vida digna. Ese vecino, esa vecina, no es un “agitador profesional”, es un ser humano que estalla cuando el desespero lo copa porque no aguanta más, lo sucedido es el reflejo de la rabia acumulada por la gente, la que no sabe por dónde desbordarse cuando no tiene la posibilidad de hablar, posibilidad que usted negó en el momento en que envió el Esmad.
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